La
marea, en el corazón,
me zarandea como un cisne.
Me muero en cada canción,
de inocencia al aire libre.
Al fin un barco depende,
de cómo atraque en el puerto.
Mi firmamento se expande,
mil años luz, en lo incierto.
Soy el fantasma de luna,
que sale noches de escarcha.
Para abrazarte en la bruma,
y recogerte en su marcha.
En la almadraba de Julio,
lucia un atún solitario.
Que parecía rezar,
con las perlas de un rosario.
Recuerda el perro de mar,
que libramos de condena.
Empeñado en enterrar,
las algas sobre la arena.
Late allí también la vida,
con su pulmón de franela.
Llora el tiempo a la deriva,
frió gris que nos espera.
Me acuerdo de aquellas tardes,
corriendo sobre la espuma.
Como caballos salvajes,
las caricias una a una.
O ángel de placer perdido,
O rumor de aquella cumbre.
Mi deseo y poderío,
son nostalgia ya, de la lumbre.
Diablo de las noches blancas,
en su lento amanecer.
Espada del paraíso,
en el musgo del placer.
Vuelve niña de los valles,
vuelve violín de las parras.
Al puerto donde las calles,
cantan por los camaradas.
O raro perfume salino,
en el fuego de tu herida.
Yo iba ciego a mi destino,
como llama de amor viva.
En lecho fronda fiera,
al final me sonreías.
El azul de una vidriera,
y tu mi melancolía.
Las conchas de luces vuelas,
bajo mis pies se rompían.
Parecían castañuelas,
sonando por bulerias.
Ten piedad Dios de la piedra,
de su signo ornamental.
Cuando el cuchillo florezca,
su pecado original.
Yo notaba palpitante,
la vida que presentía.
Entre láminas de sangre,
de una antigua profecía.
Esa exactitud azul, sobre ese mar,
nunca en calma.
Que me devuelva la luz,
a la memoria del alma.
Ese rumor que allí brota,
ese sol que ahora me ciega.
Estas manos que están rotas,
rumiantes manos de avena.
Ese rumor me persigue,
como un mendigo anatema.
Como la sombra insiste,
en descifrar mi teorema.
Y como viento de Enero,
viene a golpear a mi puerta.
Ese rumor callejero,
como una música muerta.
Se hundió la mar,
se cabo la arena mala en la playa.
Como rebaño infinito, la mar pastora me llama,
como rebaño infinito, la mar pastora me llama.
me zarandea como un cisne.
Me muero en cada canción,
de inocencia al aire libre.
Al fin un barco depende,
de cómo atraque en el puerto.
Mi firmamento se expande,
mil años luz, en lo incierto.
Soy el fantasma de luna,
que sale noches de escarcha.
Para abrazarte en la bruma,
y recogerte en su marcha.
En la almadraba de Julio,
lucia un atún solitario.
Que parecía rezar,
con las perlas de un rosario.
Recuerda el perro de mar,
que libramos de condena.
Empeñado en enterrar,
las algas sobre la arena.
Late allí también la vida,
con su pulmón de franela.
Llora el tiempo a la deriva,
frió gris que nos espera.
Me acuerdo de aquellas tardes,
corriendo sobre la espuma.
Como caballos salvajes,
las caricias una a una.
O ángel de placer perdido,
O rumor de aquella cumbre.
Mi deseo y poderío,
son nostalgia ya, de la lumbre.
Diablo de las noches blancas,
en su lento amanecer.
Espada del paraíso,
en el musgo del placer.
Vuelve niña de los valles,
vuelve violín de las parras.
Al puerto donde las calles,
cantan por los camaradas.
O raro perfume salino,
en el fuego de tu herida.
Yo iba ciego a mi destino,
como llama de amor viva.
En lecho fronda fiera,
al final me sonreías.
El azul de una vidriera,
y tu mi melancolía.
Las conchas de luces vuelas,
bajo mis pies se rompían.
Parecían castañuelas,
sonando por bulerias.
Ten piedad Dios de la piedra,
de su signo ornamental.
Cuando el cuchillo florezca,
su pecado original.
Yo notaba palpitante,
la vida que presentía.
Entre láminas de sangre,
de una antigua profecía.
Esa exactitud azul, sobre ese mar,
nunca en calma.
Que me devuelva la luz,
a la memoria del alma.
Ese rumor que allí brota,
ese sol que ahora me ciega.
Estas manos que están rotas,
rumiantes manos de avena.
Ese rumor me persigue,
como un mendigo anatema.
Como la sombra insiste,
en descifrar mi teorema.
Y como viento de Enero,
viene a golpear a mi puerta.
Ese rumor callejero,
como una música muerta.
Se hundió la mar,
se cabo la arena mala en la playa.
Como rebaño infinito, la mar pastora me llama,
como rebaño infinito, la mar pastora me llama.
Poema de Léo Ferré
traduzido e cantado por Amancio Prada
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